Hermanas y hermanos todos:
Una
nueva página de nuestra historia se abre cada vez que se inaugura un
nuevo Gobierno, se renueva la Asamblea y otras instituciones del Estado.
Así hemos avanzado, entre luces y sombras, desde la primera Junta
Nacional en que se escribió el libro de nuestra independencia en 1903
hasta la actualidad.
Hoy,
cuando nuestra nación cumple 111 años de vida independiente, nosotros
que hemos recibido el regalo de nacer, vivir y trabajar en esta heroica y
bendita tierra panameña, necesitamos reunirnos en esta Catedral para
bendecir a Dios, escuchar su Palabra y dejarnos interpelar por Él para
hacer mejor nuestra patria.
El
Te Deum, oración oficial de la Iglesia para dar gracias a Dios, es la
ocasión propicia para que todos los ciudadanos y a quienes nos
corresponde hacer de cabeza, por los puestos y tareas que realizamos,
podamos delante de Dios revisar nuestro quehacer a favor de la comunidad
en la cual estamos insertos, a quien decimos servir.
En
esta celebración la Palabra de Dios es una luz en nuestro caminar.
Estos hermosos textos que hemos escuchado nos recuerdan que todo lo que
hagamos ha de estar realizado con amor, porque sin este don -incluso las
hazañas más heroicas- no tienen verdadero valor. El amor siempre va en
primer lugar por los demás y no piensa de manera egoísta; el amor
verdadero simplemente da. ¿Cómo no pedirle al Señor que nos conceda la
gracia de saber entregarnos generosamente en el servicio de los
hermanos, en el buscar su bien?
A mí –como cristiano, sacerdote y obispo- me ha impresionado y cuestionado siempre una frase del salmo 68 que dice: “Señor, que por mi causa no queden defraudados los que en Ti esperan”. Se las propongo también a ustedes en esta mañana. Que cada uno pueda decir “que por mi causa nadie quede defraudado”; que mi vida, mi trabajo, sea de verdad un gran aporte para la vida de tantos que lo necesitan.
Queridas
autoridades y todos quienes hemos recibido puestos de responsabilidad,
no olvidemos que la gente espera mucho de nosotros, de manera especial
los más postergados que buscan en nuestro servicio, un motivo para
seguir esperando.
Ayer
los héroes, grandes hombres y mujeres, se entregaron para consolidar
nuestra identidad como país. ¿Cómo no recordar la heroica gesta del 9 de
enero en estos 50 años? Como en ninguna otra ocasión, el sentimiento
por la panameñidad expresado con dignidad, se puso de manifiesto en
aquel momento, con el arrojo y la valentía de una juventud estudiosa que
defendió con su sangre el derecho de ondear nuestra enseña patria sobre
el territorio ocupado.
La
soberanía que hoy disfrutamos en todo el territorio nacional, descansa
sobre el sacrificio de varias generaciones, en las que el principal
protagonista fue nuestra abnegada juventud. Siembra infinita, Mástiles
eternos, patrimonio nacional, que a veces pareciera que olvidamos.
Tenemos tantos héroes del pasado, pero tenemos otros tantos que están
anhelando una guía para entregarse a la patria y con la capacidad de ser
héroes hoy.
¡Cuidemos
el ejemplo que les damos! ¡Cuidado, porque con lo que hoy hagamos o
dejemos de hacer, estaríamos gestando en lugar de patriotas seres
egoístas y perversos! Les reitero la sugerencia de esa plegaria, que a
la vez se torna en faro: “Señor, que por mi causa nadie quede defraudado”.
¿Cuál
es la mejor forma de honrar y mantener vivos a nuestros mártires caídos
y celebrar este mes de la patria? Más allá de monumentos físicos, lo
importante es mantener viva la memoria histórica de nuestro pueblo,
esculpiendo en la conciencia de la niñez y la juventud ese amor a la
Patria, ese sentido de pertenencia, que no da paso a la indiferencia
frente a los acontecimientos y problemas sociales, económicos y
políticos.
Hoy
hacer patria, trabajar por Panamá, implica trabajar en equipo, ser
capaz de buscar alianzas que no respondan sólo a intereses políticos,
sino que busquen el verdadero progreso, el bien común. Eso va a requerir
la humildad que me lleve a saberme necesitado de los demás, y a saber
pedir y agradecer la ayuda que se me pueda brindar.
Trabajar
por Panamá ahora, se traduce en la capacidad de entrar en diálogo, en
saber debatir con fundamentos y altura los temas más delicados que
preocupan a la Nación. Nos alegramos de vivir en una democracia, la cual
sin duda hemos de cuidar y consolidar; sin embargo, a veces pareciera
que nos cuesta que se nos contradiga o se dé una opinión, aunque sea
fundamentada, en contra de lo que hemos dispuesto. La democracia moderna
requiere de participación y consensos, de profundos debates que eleven
la cultura política.
Esta
es tarea de todos, no solo de los dirigentes. Cada uno de nosotros debe
preguntarse ¿Cómo es la calidad de nuestra “ciudadanía”? ¿Hemos
contribuido, en nuestra medida, a hacer que nuestro país sea habitable,
ordenado, acogedor, pacífico? Nos dice el Papa Francisco que el rostro
de nuestras ciudades “es como un mosaico cuyas piezas son todos los que
en ellas habitan”. Es cierto que quien inviste una autoridad tiene mayor
responsabilidad, pero cada uno de nosotros somos corresponsables en el
bien y en el mal. Tú que me escuchas por la radio y me ves por la
televisión, hazte la pregunta: ¿Cuál es mi compromiso como ciudadano,
cómo puedo contribuir al bienestar de mi país?
El alma nacional
Hermanas
y hermanos: Hagamos un examen de conciencia y reconozcamos que aún
tenemos asuntos pendientes como país. Debemos reconocer, por ejemplo,
que somos una sociedad enferma, con una urgente necesidad de sanar y
salvar el alma nacional.
Una
de las más graves enfermedades que padecemos es tanta corrupción, que
como un cáncer ha invadido todo el cuerpo social, que nos hace ver lo
bueno como malo y lo malo bueno. Esto son antivalores que debemos
enfrentar.
Otra
gran enfermedad es la escandalosa pobreza, por la inequidad e
injusticia social, que dejan excluidos a tantos panameños y panameñas de
las riquezas de nuestra nación. Con soluciones fáciles y superfluas
hemos querido atender estos problemas, en vez de trabajar más en
procesos profundos, que resuelvan desde la raíz los graves males
sociales, que no solo han empobrecido materialmente a la gente, sino que
también la han arruinado moralmente.
Quiero
hacer propias las palabras del Papa Francisco manifestadas ante un
grupo de abogados penalistas. El santo Padre aseguró que entre las
varias formas de criminalidad, está la pobreza absoluta en que viven más
de mil millones de personas, y todo causado por la corrupción. ''La
escandalosa concentración de la riqueza global -dijo- es posible a causa
de la complicidad de los responsables de la cosa pública. La corrupción
es en sí misma un proceso de muerte... y un mal más grande que el
pecado. Un mal que, más que perdonar, hay que curar''.
Justicia e institucionalidad
Nuestra
propuesta para enfrentar los males sociales que padecemos, la damos a
la luz del evangelio, que coloca como centro a la persona humana y el
bien común. Nada puede estar por encima de esto, ni las estrategias
políticas, ni las alianzas económicas, ni las posibles respuesta
sociales.
El
fortalecimiento de la institucionalidad, la transparencia, la justicia,
para que sean efectivas exigen tener como parámetros a la persona y el
bien común.
Por
eso requerimos que todos, absolutamente todos los casos de corrupción,
se investiguen, que podamos conocer toda la verdad y no únicamente
aquella parte de la verdad que conviene a unos pocos. Es ineludible e
imprescindible que se sigan los debidos procesos, que se respete la
dignidad de la persona y que, si existen las pruebas, se castigue son severidad.
Ahora más que nunca debemos tener la certeza del castigo para recuperar
la confianza en la institucionalidad y en el sistema de justicia.
A
los infractores les pido que se reconcilien y para ello deben reconocer
que su delito ha provocado un daño que debe ser abordado y purificado.
Nosotros no podemos entender el castigo solo como sanción penal,
porque a veces la sanción penal no es más que una contención, pero no
sana. Al hablar de castigo también nos referimos a la reparación, a la
sanación de un mal que se ha vuelto natural, al punto de llegar a
constituir un estado personal y social ligado a la costumbre.
Si,
la corrupción está en el seno familiar y de la sociedad, por ello
hablamos de reconstruir al hombre en sí, pero también la cultura, hacer
nueva la visión que los panameños y panameñas tenemos del mundo y de la
vida en sociedad. Podemos llevar a los corruptos de ahora a la cárcel,
pero si como pueblo no avanzamos hacia una renovada conciencia del bien
común y del respeto a la persona, esto de nada servirá, porque se
mantienen las condiciones para que otros sean los próximos corruptos.
Por
eso no se trata solo de perseguir y encarcelar. La labor, que es de
todos, debe llevarnos a la conversión. Por que como dice el Papa
Francisco, “el Señor no se cansa de llamar a las puertas de los
corruptos. La corrupción no puede contra la esperanza”.
Y
aunque me digan que muchos de los acusados de corrupción no tienen
remedio, que con ellos no se puede, les repito que la Iglesia no se
cansará de llamar a sus puertas. Porque en la misma medida que la
Iglesia exige una adecuada aplicación de la justicia, para que sea
posible la paz, así también insiste en llevarle a los señalados por
corrupción el mensaje, la Buena Nueva, que vino a traernos Jesucristo:
“Dios te ama…, arrepiéntete, ve y no peques más”.
Campaña en valores
En
este momento de la historia nacional, quiero expresar públicamente que
la Iglesia Católica hace suyas las necesidades y aspiraciones de quienes
viven un real compromiso para impulsar el cambio social hacia un mundo
más justo. No podemos permanecer inmóviles ante el desprecio de unos
pocos por una mayoría sin muchas opciones y oportunidades que quiere ser
gestora de su propio desarrollo humano.
Llego la hora ciudadana para restablecer los valores éticos y morales.
Iniciemos
hoy mismo el despertar de esa conciencia ciudadana, y que ninguno se
quede por fuera: Gobierno, Sociedad Civil, organizaciones políticas y
empresariales, clubes cívicos, gremios de profesionales, sindicatos,
iglesias, todos los panameños de buena voluntad. Demos el paso, porque
el país se nos pierde ante nuestros ojos.
¡Qué
momento más propicio para iniciar esta campaña en este mes de la
Patria! Si todos nosotros somos más atentos y generosos con quien está
en dificultad, la Patria crecerá por dentro, que es como debe crecer; si
sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, para el bien
de todos, Panamá será mejor, y no habrá personas que la miran “desde
lejos”, o que se queden en su balcón viéndola pasar, sin involucrarse en
tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final… y
desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos.
En
la consolidación de un Panamá próspero todos los sectores sociales
debemos realizar nuestro aporte teniendo muy presente que los panameños
más excluidos del bienestar deben ser nuestros hermanos preferidos y a
quienes debemos dirigir nuestra atención prioritariamente.
Por
ello quiero resaltar iniciativas como la del pasado 30 de octubre en la
que todos los partidos políticos en unanimidad aprobaron la ley número
69 surgida en el seno de la sociedad civil que promueve e incentiva la
donación de los excedentes alimentarios de las grandes cadenas de
supermercados y productoras para acudir en auxilio de los casi 400 mil
panameños y panameñas que tan solo comen una vez al día, y además
precariamente.
Sociedad
civil y partidos políticos podemos trabajar juntos por un Panamá mejor y
debemos hacerlo para que a nuestros descendientes les dejemos también
una Patria digna de tal nombre para que ellos continúen la tarea de
seguir haciendo una nación grande. Tenemos la oportunidad de cambiar el
estilo de hacer política y empinarnos sobre nuestros intereses
partidistas y pensar en el bien común.
Hagamos
Patria, siendo luz para quienes no tienen esperanza, animando a otros
que es posible vivir con dignidad, que descubran su libertad, que son
hijos amados de Dios.
En
esta perspectiva, la Iglesia se siente comprometida a dar su propia
contribución a la vida y al futuro de Panamá. Se siente comprometida a
animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la
misericordia de Dios.
Por
eso digo hoy, como pastor y amigo, ¡Panamá, levántate y anda! Vamos
juntos a emprender esta campaña para que nuestros hijos e hijas tengan
un país digno donde vivir y aprendan con nuestros ejemplos que tener fe
en el otro es posible.
Gracias por la Patria
Finalmente,
celebramos nuestra fiesta patriótica agradeciendo y pidiendo perdón.
Agradecemos por todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado y
sobre todo por su paciencia y fidelidad, que se manifiestan en la
sucesión de los tiempos, pero de modo particular en la plenitud del
tiempo, cuando “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”, Gal 4, 4.
Nuestra
gratitud es manifiesta en esta Catedral al hacer resonar el tradicional
himno de alabanza y de gratitud: “A ti, Dios, alabamos; a ti, Señor,
damos gracias”.
También
te pedimos perdón, Padre, por las veces que le hemos fallado a la
Patria y a ti. Perdón, Señor, por la omisión, y te pedimos fuerza y
sabiduría para enmendar nuestro error.
Y,
a nuestra Patrona de Panamá, Santa María la Antigua, la Madre que nos
ha acompañado desde los inicios de la conformación de esta Nación,
pidámosle que seamos capaces de redescubrir los fundamentos de nuestra
nación, que nos han legado nuestros próceres para construir el PANAMA
QUE TODOS LOS PANAMEÑOS QUEREMOS Y QUE TODOS LOS PANAMEÑOS NOS
MERECEMOS. AMEN.
José Domingo Ulloa Mendieta, OSA
Arzobispo de Panamá
No hay comentarios:
Publicar un comentario