jueves, 6 de noviembre de 2014

TE DEUM 3 DE NOVIEMBRE DE 2014

Hermanas y hermanos todos:
Una nueva página de nuestra historia se abre cada vez que se inaugura un nuevo Gobierno, se renueva la Asamblea y otras instituciones del Estado. Así hemos avanzado, entre luces y sombras, desde la primera Junta Nacional en que se escribió el libro de nuestra independencia en 1903 hasta la actualidad.
Hoy, cuando nuestra nación cumple 111 años de vida independiente, nosotros que hemos recibido el regalo de nacer, vivir y trabajar en esta heroica y bendita tierra panameña, necesitamos reunirnos en esta Catedral para bendecir a Dios, escuchar su Palabra y dejarnos interpelar por Él para hacer mejor nuestra patria.
El Te Deum, oración oficial de la Iglesia para dar gracias a Dios, es la ocasión propicia para que todos los ciudadanos y a quienes nos corresponde hacer de cabeza, por los puestos y tareas que realizamos, podamos delante de Dios revisar nuestro quehacer a favor de la comunidad en la cual estamos insertos, a quien decimos servir.
En esta celebración la Palabra de Dios es una luz en nuestro caminar. Estos hermosos textos que hemos escuchado nos recuerdan que todo lo que hagamos ha de estar realizado con amor, porque sin este don -incluso las hazañas más heroicas- no tienen verdadero valor. El amor siempre va en primer lugar por los demás y no piensa de manera egoísta; el amor verdadero simplemente da. ¿Cómo no pedirle al Señor que nos conceda la gracia de saber entregarnos generosamente en el servicio de los hermanos, en el buscar su bien?
A mí –como cristiano, sacerdote y obispo- me ha impresionado y cuestionado siempre una frase del salmo 68 que dice: “Señor, que por mi causa no queden defraudados los que en Ti esperan”. Se las propongo también a ustedes en esta mañana. Que cada uno pueda decir “que por mi causa nadie quede defraudado”; que mi vida, mi trabajo, sea de verdad un gran aporte para la vida de tantos que lo necesitan.
Queridas autoridades y todos quienes hemos recibido puestos de responsabilidad, no olvidemos que la gente espera mucho de nosotros, de manera especial los más postergados que buscan en nuestro servicio, un motivo para seguir esperando.
Ayer los héroes, grandes hombres y mujeres, se entregaron para consolidar nuestra identidad como país. ¿Cómo no recordar la heroica gesta del 9 de enero en estos  50 años? Como en ninguna otra ocasión, el sentimiento por la panameñidad expresado con dignidad, se puso de manifiesto en aquel momento, con el arrojo y la valentía de una juventud estudiosa que defendió con su sangre el derecho de ondear nuestra enseña patria sobre el territorio ocupado.
La soberanía que hoy disfrutamos en todo el territorio nacional, descansa sobre el sacrificio de varias generaciones, en las que el principal protagonista fue nuestra abnegada juventud. Siembra infinita, Mástiles eternos, patrimonio nacional, que a veces pareciera que olvidamos. Tenemos tantos héroes del pasado, pero tenemos otros tantos que están anhelando una guía para entregarse a la patria y con la capacidad de ser héroes hoy.
¡Cuidemos el ejemplo que les damos! ¡Cuidado, porque con lo que hoy hagamos o dejemos de hacer, estaríamos gestando en lugar de patriotas seres egoístas y perversos! Les reitero la sugerencia de esa plegaria, que a la vez se torna en faro: “Señor, que por mi causa nadie quede defraudado”.
¿Cuál es la mejor forma de honrar y mantener vivos a nuestros mártires caídos y celebrar este mes de la patria?  Más allá de  monumentos físicos, lo importante es mantener viva la memoria histórica de nuestro pueblo, esculpiendo en la conciencia de la niñez y la juventud ese amor a la Patria, ese sentido de pertenencia, que no da paso a la indiferencia frente a los acontecimientos y problemas sociales, económicos y políticos.
Hoy hacer patria, trabajar por Panamá, implica trabajar en equipo, ser capaz de buscar alianzas que no respondan sólo a intereses políticos, sino que busquen el verdadero progreso, el bien común. Eso va a requerir la humildad que me lleve a saberme necesitado de los demás, y a saber pedir y agradecer la ayuda que se me pueda brindar.
Trabajar por Panamá ahora, se traduce en la capacidad de entrar en diálogo, en saber debatir con fundamentos y altura los temas más delicados que preocupan a la Nación. Nos alegramos de vivir en una democracia, la cual sin duda hemos de cuidar y consolidar; sin embargo, a veces pareciera que nos cuesta que se nos contradiga o se dé una opinión, aunque sea fundamentada, en contra de lo que hemos dispuesto. La democracia moderna requiere de participación y consensos, de profundos debates que eleven la cultura política.
Esta es tarea de todos, no solo de los dirigentes. Cada uno de nosotros debe preguntarse ¿Cómo es la calidad de nuestra “ciudadanía”? ¿Hemos contribuido, en nuestra medida, a hacer que nuestro país sea  habitable, ordenado, acogedor, pacífico? Nos dice el Papa Francisco que el rostro de nuestras ciudades “es como un mosaico cuyas piezas son todos los que en ellas habitan”. Es cierto que quien inviste una autoridad tiene mayor responsabilidad, pero cada uno de nosotros somos corresponsables en el bien y en el mal. Tú que me escuchas por la radio y me ves por la televisión, hazte la pregunta: ¿Cuál es mi compromiso como ciudadano, cómo puedo contribuir al bienestar de mi país?

El alma nacional
Hermanas y hermanos: Hagamos un examen de conciencia y reconozcamos que aún tenemos asuntos pendientes como país. Debemos reconocer, por ejemplo, que somos una sociedad enferma, con una urgente necesidad de sanar y salvar el alma nacional.
Una de las más graves enfermedades que padecemos es tanta corrupción, que como un cáncer ha invadido todo el cuerpo social, que nos hace ver lo bueno como malo y lo malo bueno. Esto son antivalores que debemos enfrentar.
Otra gran enfermedad es la escandalosa pobreza, por la inequidad  e injusticia social, que dejan excluidos a tantos panameños y panameñas de las riquezas de nuestra nación.  Con soluciones fáciles y superfluas hemos querido atender estos problemas, en vez de trabajar más en procesos profundos, que resuelvan desde la raíz los graves males sociales, que no solo han empobrecido materialmente a la gente, sino que también la han arruinado moralmente.
Quiero hacer propias las palabras del Papa Francisco manifestadas ante un grupo de abogados penalistas. El santo Padre aseguró que entre las varias formas de criminalidad, está la pobreza absoluta en que viven más de mil millones de personas, y todo causado por la corrupción. ''La escandalosa concentración de la riqueza global -dijo- es posible a causa de la complicidad de los responsables de la cosa pública. La corrupción es en sí misma un proceso de muerte... y un mal más grande que el pecado. Un mal que, más que perdonar, hay que curar''.

Justicia e institucionalidad
Nuestra propuesta para enfrentar los males sociales que padecemos, la damos a la luz del evangelio, que coloca como centro a la persona humana y el bien común. Nada puede estar por encima de esto, ni las estrategias políticas, ni las alianzas económicas, ni las posibles respuesta sociales.
El fortalecimiento de la institucionalidad, la transparencia, la justicia, para que sean efectivas exigen tener como parámetros a la persona y el bien común.
Por eso requerimos que todos, absolutamente todos los casos de corrupción, se investiguen, que podamos conocer toda la verdad y no únicamente aquella parte de la verdad que conviene a unos pocos. Es ineludible e imprescindible que se sigan los debidos procesos, que se respete la dignidad de la persona y que, si existen las pruebas, se castigue son severidad. Ahora más que nunca debemos tener la certeza del castigo para recuperar la confianza en la institucionalidad y en el sistema de justicia.
A los infractores les pido que se reconcilien y para ello deben reconocer que su delito ha provocado un daño que debe ser abordado y purificado. Nosotros  no podemos entender el castigo solo como sanción penal, porque a veces la sanción penal no es más que una contención, pero no sana. Al hablar de castigo también nos referimos a la reparación, a la sanación de un mal que se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre.
Si, la corrupción está en el seno familiar y de la sociedad, por ello hablamos de reconstruir al hombre en sí, pero también la cultura, hacer nueva la visión que los panameños y panameñas tenemos del mundo y de la vida en sociedad. Podemos llevar a los corruptos de ahora a la cárcel, pero si como pueblo no avanzamos hacia una renovada conciencia del bien común y del respeto a la persona, esto de nada servirá, porque se mantienen las condiciones para que otros sean los próximos corruptos.
Por eso no se trata solo de perseguir y encarcelar. La labor, que es de todos, debe llevarnos a la conversión. Por que como dice el Papa Francisco, “el Señor no se cansa de llamar a las puertas de los corruptos. La corrupción no puede contra la esperanza”.
Y aunque me digan que muchos de los acusados de corrupción no tienen remedio, que con ellos no se puede, les repito que la Iglesia no se cansará de llamar a sus puertas. Porque en la misma medida que la Iglesia exige una adecuada aplicación de la justicia, para que sea posible la paz, así también insiste en llevarle a los señalados por corrupción el mensaje, la Buena Nueva, que vino a traernos Jesucristo: “Dios te ama…, arrepiéntete, ve y no peques más”.

Campaña en valores
En este momento de la historia nacional, quiero expresar públicamente que la Iglesia Católica hace suyas las necesidades y aspiraciones de quienes viven un real compromiso para impulsar el cambio social hacia un mundo más justo. No podemos permanecer inmóviles ante el desprecio de unos pocos por una mayoría sin muchas opciones y oportunidades que quiere ser gestora de su propio desarrollo humano.
Llego la hora ciudadana para restablecer los valores éticos y morales.
Iniciemos hoy mismo el despertar de esa conciencia ciudadana, y que ninguno se quede por fuera: Gobierno, Sociedad Civil, organizaciones políticas y empresariales, clubes cívicos, gremios de profesionales, sindicatos, iglesias, todos los panameños de buena voluntad. Demos el paso, porque el país se nos pierde ante nuestros ojos.
¡Qué momento más propicio para iniciar esta campaña en este mes de la Patria! Si todos nosotros somos más atentos y generosos con quien está en dificultad, la Patria crecerá por dentro, que es como debe crecer; si sabemos colaborar con espíritu constructivo y solidario, para el bien de todos, Panamá será mejor, y no habrá personas que la miran “desde lejos”, o que se queden en su balcón viéndola pasar, sin involucrarse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres que al final… y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos.
En la consolidación de un Panamá próspero todos los sectores sociales debemos realizar nuestro aporte teniendo muy presente que los panameños más excluidos del bienestar deben ser nuestros hermanos preferidos y a quienes debemos dirigir nuestra atención prioritariamente.
Por ello quiero resaltar iniciativas como la del pasado 30 de octubre en la que todos los partidos políticos en unanimidad aprobaron la ley número 69 surgida en el seno de la sociedad civil que promueve e incentiva la donación de los excedentes alimentarios de las grandes cadenas de supermercados y productoras para acudir en auxilio de los casi 400 mil panameños y panameñas que tan solo comen una vez al día, y además precariamente.
Sociedad civil y partidos políticos podemos trabajar juntos por un Panamá mejor y debemos hacerlo para que a nuestros descendientes les dejemos también una Patria digna de tal nombre para que ellos continúen la tarea de seguir haciendo una nación grande. Tenemos la oportunidad  de cambiar el estilo de hacer política y empinarnos sobre nuestros intereses partidistas y pensar en el bien común.
Hagamos Patria, siendo luz para quienes no tienen esperanza, animando a otros que es posible vivir con dignidad, que descubran su libertad, que son hijos amados de Dios.
En esta perspectiva, la Iglesia se siente comprometida a dar su propia contribución a la vida y al futuro de Panamá. Se siente comprometida a animarla con la levadura del Evangelio, a ser signo e instrumento de la misericordia de Dios.
Por eso digo hoy, como pastor y amigo, ¡Panamá, levántate y anda! Vamos juntos a emprender esta campaña para que nuestros hijos e hijas tengan un país digno donde vivir y aprendan con nuestros ejemplos que tener fe en el otro es posible.

Gracias por la Patria
Finalmente, celebramos nuestra fiesta patriótica agradeciendo y pidiendo perdón. Agradecemos por todos los beneficios que el Señor nos ha dispensado y sobre todo por su paciencia y fidelidad, que se manifiestan en la sucesión de los tiempos, pero de modo particular en la plenitud del tiempo, cuando “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”, Gal 4, 4.
Nuestra gratitud es manifiesta en esta Catedral al hacer resonar el tradicional himno de alabanza y de gratitud: “A ti, Dios, alabamos; a ti, Señor, damos gracias”.
También te pedimos perdón, Padre, por las veces que le hemos fallado a la Patria y a ti. Perdón, Señor, por la omisión, y te pedimos fuerza y sabiduría para enmendar nuestro error.
Y, a nuestra Patrona de Panamá, Santa María la Antigua, la Madre que nos ha acompañado desde los inicios de la conformación de esta Nación, pidámosle que seamos capaces de redescubrir los fundamentos de nuestra nación, que nos han legado nuestros próceres para construir el PANAMA QUE TODOS LOS PANAMEÑOS QUEREMOS Y QUE TODOS LOS PANAMEÑOS NOS MERECEMOS. AMEN.

José Domingo Ulloa Mendieta, OSA
Arzobispo de Panamá

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