17 de abril
Ayer fue un día de desilusión y tristeza. Por ende, de enojo. A pesar de esa condición del alma, tuve que meterme con el carro de la oficina en las entrañas de esta ciudad de nudos y anarquía.
Todo empeoró.
Cuando estaba a punto de estallar en pedacitos, se pone enfrente del carro ese vendedor ambulante que se ha hecho famoso porque anda ensacado y con corbata. Sudaba a mares bajo el sol perverso del mediodía, y las retroexcavadoras que están reinventando la Calle 50 levantaban un polvorín que se le metía por los ojos y la boca. A pesar de ese infierno ahí afuera, el hombre vendía pequeños ramos de flores amarillas. ¡Y lo hacía sonriendo! ¡Y bailaba!
Lo primero que me dije fue: “ese man sabe algo que yo no sé”.
Distinguí una alegría genuina, hermosa, que me contagió. Ese hombre de seguro está en combate contra la historia, y su vida es cuesta arriba. Y aún así baila. Pensando en eso solté la carcajada, y por ahí mismo se esfumó la irritación.
Observen el poder de una sonrisa bien hecha.
La Primera Lectura de hoy (Hecho 8, 1b-8) habla de la persecución que se desató en Jerusalén después que mataron al diácono Esteban. Fue terrible. Los seguidores de Cristo escaparon a otros pueblos para salvar la vida. Pero no huían para esconderse. Ahí donde iban, contaban su experiencia con Jesús. Fue así como se extendió por el mundo el cristianismo: en los labios de perseguidos cuya cabeza tenía precio, quienes se negaron a hacer silencio, y con su estilo de vida contagiaron a media humanidad.
Fue gente que a pesar de la amenaza de muerte y exilio, tenía el mejor de los motivos para sonreír y bailar, y lo hicieron. Hoy eso sigue pasando en países donde te matan por ser cristiano.
P.S. Estaba en un mar agitado ayer, y el Señor vino caminando sobre las aguas para tenderme la mano. Lo hizo de manera sencilla y clásica: con el testimonio de un hermano. Por eso te invito a cantar con Roberto Carlos “Te agradezco, Señor”. Pulsa aquí: http://www.youtube.com/watch?v=F4ODNnak8gs&feature=youtube_gdata_player
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