viernes, 7 de octubre de 2011

EL ROSARIO

Hoy es el día de la Virgen del Rosario. Tiene toda una historia este día. Un 7 de octubre de 1571 se dio la conocida batalla de Lepanto, batalla naval, que los cristianos ganaron contra los musulmanes turcos. Si el resultado hubiera sido contrario, Occidente quizá sería hoy devoto del islam. Los cristianos, en plena batalla, se encomendaron a la Virgen María y rezaron durante la contienda el Rosario.

Tengo pocos meses aprovechándolo. Me repelía, porque no lo entendía. Creí durante toda mi vida adulta que era cosa de viejas beatas, muchas de ellas llenas de culpas, que se refugiaban en el rezo del Rosario como amuleto para que no se las llevara el cuco.

Es antiguo, profundo, pacificador de almas. Al menos a mí me da paz. Usado al estilo "mantra", ayuda a la meditación de la vida Jesús. Algunos católicos nos hemos desviado y lo hemos usado como "arma", siendo más un "instrumento", una catequesis.

El rezo del Rosario comprende la sinópsis de los Evangelios. Encerrados en esos misterios están los momentos más referenciales de la Vida, Muerte y Resurección de Jesús de Nazareth. Ese impresionante resumen ayuda a contemplar lo que un verdadero hombre, verdadero Dios, padeció por puro amor.

Hoy nos corresponden los misterios de Dolor.

Jesús ora en el huerto: Tiene miedo. Sus amigos se quedan dormidos. Empiezan a dejarlo solo. Sabe lo que pasará en pocas horas. Lo doloroso y humillante que será. Él, con su poder, puede ver y sentir por adelantado cada golpe, cada herida.

La flagelación. No sé por qué, pero pienso que de toda la pasión, este fue el momento más doloroso. Latigazos en cada pedazo de piel. Es en este episodio donde se abren las heridas que lo desangran. Los latigos tienen fierros en sus puntas. Algunos estudiosos indican que con uno, o varios de estos golpes espantosos, le vacíaron el escroto. Jesús mira a su alrededor: sus seguidores, sus amigos, no están. Lo dejaron solo por terror.

Coronación de Espinas. Más dolor. No bastaron los latigazos. Viene ahora en su cabeza la corona con un centenar de puyas que se le clavan en el cráneo.

Carga la cruz. Sin fluidos en su cuerpo, emprende el camino al gólgota. A cada lado de la ruta, gente le escupía, le lanzaba objetos, le insultaba. En algún momento en sus años de predicación, esta gente lo siguió y se maravilló de su "Poder" curativo. Ahora esta desilusionada, pues Él no habla de victoria humana, sino de victoria espiritual. Este dolor en su fuero, ver como lo aborrece la gente que Él tanto ama, quizá es mayor que lo que estaba pasándole a su cuerpo. Cae varias veces, desfallecido; nadie se inmuta en ayudarle.

Crucificado y muerto. Es el momento culminante. No es un cuerpo humano el que levantan en la cruz. Es un masacote de carne destruida; un horrendo residuo, lleno de hematomas, heridas abiertas, le faltan dientes, su cuerpo huele a orina y eses; tiene los ojos cerrados por los golpes: un guiñapo. Solo. Ni el Padre parece atenderle. Se siente morir más por la desilusión y la soledad, al ver que su pueblo lo desprecia, que por las fallas renales, o la falta de aire. Recordemos que aunque verdadero Dios, también es verdadero hombre, y como hombre, su economía sicológica es la misma que la de nosotros. Tenía que pasar así, para que la ofrenda tuviera valor. Hacerlo solo como Dios sería una ventaja inapropiada. Llora, la soledad se le clava en el alma, y aún así perdona. Mira a su madre, y nos la entrega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario