lunes, 7 de noviembre de 2011

¿POR QUÉ LO HAGO?

Abro los ojos. Por instinto, clavo la mirada en el reloj. Doy el brinco necesario para escapar de la cama. Si trato de hacerlo con lentitud, me llevo la almohada a la calle y a la vida todo el día. Baño. Escojo sin mirar la ropa. Salgo al pasillo y voy rumbo a la cocina. Casi todos los días el mismo menú. Lo único insuplantable es el café.
El carro funciona. Eso es algo normal ahora. Antes no sabía si sería así. Eran los tiempos del mínimo de gasolina en el tanque del chunche con llantas lisas y motor ennegrecido. Los cinco dólares estaban mejor en mi bolsillo que en el estómago del carrito.
Llego a la oficina y hago lo de siempre: lectura de diarios, reunión de planeación, respuesta a los correos importantes, lectura de los menos importantes, escuchar algunos programas de opinión, leer textos y textos y textos, esperar el almuerzo, vuelta atrás, reunión de planeación de la tarde, bosquejo de la primera plana del diario, leer textos y textos y textos... titular... volver atrás... ir a casa... hablar un poco con quienes estén despiertos...
Lo que en verdad hacía era esperar el viernes. Ese día era diferente. Al final, en la noche, había rumba. Para mí el licor tenía (y tiene aún, pero lucho contra eso) más que mieles. Y en ocasiones, además de las debidas, se cruzaba en el camino una boca de mujer.
Ese era el círculo. Con sus puntas aquí y allá. Vivía para los viernes. Y para "esas" ocasiones.
Un día me preguntaron ¿Cuál es el ideal en tu vida? Respondí con un montón de palabras. Recuerdo algunas: verdad, libertad, apostolado, voz, democracia. Pero no eran más que eso: palabras.
Me di cuenta enseguida que no tenía ninguna razón especial, trascendental, para levantarme en la mañana. Lo hacía como todos, para realizar las actividades necesarias que te dan los fondos que sustentan la existencia mía y de mis hijos. Nada más. ¡Lo hacía por dinero! Y dinero para los viernes.
Al mismo tiempo que a mí, se lo preguntaron a un treintañero que había construido una mediana empresa dedicada al desarrollo de programas de computadora. Tenía sucursales en cuatro provincias. Visto desde afuera y a paso veloz, era un hombre de éxito. El también contestó con un montón de palabras.
Después, juntos, y llorando les digo, concluimos que lo hacíamos por la misma razón: el dinero, y "esos" días.
En resumen el treintañero y yo vivimos para gozar del Ego. Todo daba, y sigue dando a veces, vueltas alrededor de la palabra YO. Del MI. Nada más importaba. Cumplíamos con la casa y punto. En ese tiempo decíamos "¡Viva el YO!"
Ahora nos preguntamos ¿De qué vale tener cosas, vida, si no tengo un motivo que valga la pena, que le dé sentido a esa vida?
Los expertos le llaman a eso ideal. Tenerlo nos separa de los animales y del mundo de los instintos. En los últimos años se ha visto en la figura del Ché Guevara al hombre que supo vivir, y morir, por un ideal. Como él, tantos otros, y en el otro extremo ideológico. John F. Kennedy, me dijo un primo.
Vivir para que los otros estén bien. Cuesta. Duele. Porque significa renunciar al sabroso YO.
Miles de años antes lo hizo Jesús.
Y fue Él quien me dio un ideal a mí. Un ideal por el que vale la pena vivir... y morir.
¿Todo es más fácil y lindo ahora? Para nada. Sigue igual la vaina.
En la mañana abro los ojos. Por instinto clavo la mirada en el reloj. Pero ahora elevo una oración, y mencionó la frase que me resume: Gracias, Jesús; ayúdame porque no puedo solo. Quítame el miedo. Ayúdame a renunciar.

1 comentario:

  1. Es igual la vaina, pero el Creador te ha dado la oportunidad que reconozcas que cada día tu vida gira en torno a él. Antes disfrutabas y al día siguiente como si nada, cero remordimiento, hoy el panorama es diferente, piensas, meditas y te preguntas si valió la pena. Eres bendecido con esta nueva vida que estás viviendo... ya entiendes por qué lo haces?JG

    ResponderEliminar