viernes, 16 de abril de 2010

Otro disparatorio

Sé que cuando la guerra civil esté en su apogeo, anotaré esta frase en mi diario de combatiente: "me duelen los pies y extraño los porotos con rabito que sólo sabe cocinar mi santa madre". Escribiré de tarde, como a las seis, mirando el sol poniente y la orgía de nubes en arrebol de su escapada. Soplará una brisa verde que me calmará el catarro y me obligará a recordar tu risa. Me habré quitado las botas, después de besar la foto de mis hijos, que siempre llevaría en el bolsillo izquierdo de la chamarra, sobre el chaleco antibalas (¡Ah, sé que lloraré sin remedio cuando vea los ojos habladores de Ysatis, esos hoyuelos en las mejillas de mi pícara Raquel, y la sonrisa franca de Eduardito!). Deberá haber aguas cantarinas muy cerca, y la sombra de un frondoso árbol frutal ha de cobijarme, para simular que estoy otra vez en la Plaza de Francia de mis días primeros, frente al mar Pacífico, cuando besaba sin usura a la chiquilla pecosa, y era incapaz de mentir a los mayores. 

Otra cosa que escribiré en ese instante será: "hoy murieron dos amigos, uno estudiante de sociología y el otro vendedor de pescado (...) y tres niños". Será una tarde triste, como todas. No hay momentos de alegría en las guerras civiles, ni siquiera cuando se ganan. Nadie en sus cabales sonríe cuando atraviesa a tiros a un hermano, así sea el más despreciable de los ladrones. Luego me recostaré en la hierba, ignorando premeditadamente el dolor de espalda, y me llegarán a la mente adormitada las preguntas oblicuas de siempre: ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Por qué lo permitimos? ¿Quién lo empezó y quién habrá de disparar el último cuerazo? ¿Viviré para verlo? En mitad del duermevela volverá la nostalgia invasiva, con las imágenes de aquellos juegos de juventud en los callejones agridulces, los planes cuando era un recién casado pobretón, con la carrera de periodismo a medio terminar, los cuentos jorobados del inicio, y el reclutamiento lleno de ideales en el movimiento, justo cuando todo el mundo se cansó y el mismísimo diablo echó a la olla de la historia los cuatro ingredientes fatídicos: pobreza, frustración, armas y... organización. 

Volveré a retomar el cuadernito y dibujaré más palabras: "dos cosas habrían evitado esta matanza sin gloria: jueces limpios y la postulación libre". Borraré esto último cuando recuerde que me había prometido no escribir de política, pero dejaré una señal para no olvidar que debo desarrollar esa idea en otro instante, mañana, cuando todo acabe, si es que no me han fusilado. Y se apiñarán una vez más las preguntas en mis sienes: ¿Cómo fue que nadie se dio cuenta de la guerra hasta que la tuvimos en la punta de la nariz? ¿De verdad creyeron que este pueblo parrandero era incapaz de tomar en serio los fusiles? ¿Hubiesen rectificado a tiempo los adinerados y los políticos si alguien les hubiese alertado de los síntomas inequívocos de la sublevación? 

Irá cayendo la noche, y como por seguridad no podríamos encender linternas, haré las últimas anotaciones con otras luces y otra mano: "extraño la carne de tus labios y la profusión de encrucijadas donde atrapaste para siempre al minotauro de mis ganas". 

Será el día 579 de la guerra, y no habrá vuelta atrás.

3 comentarios:

  1. Es interesante tu manera de decir sin decir. Recuerdo que leí en algún lado que los escritores suelen parecerse a los profetas. Ojalá estés equivocado.

    Yess

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  2. Se le extrañaba compadre...

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  3. y yo extrañare tus HOJAS SUELTAS...

    Bienvenido! hasta que al fin...

    geraldine

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