jueves, 20 de agosto de 2009

Ysatis


Este domingo 23 de agosto, mi hija Ysatis viaja a Taiwán a estudiar ingeniería industrial, con énfasis en negocios internacionales. Deja a su papá, a su mamá y a su hermana pequeña (Raquel), colgando de una lágrima, pero esperanzados. Pido su indulgencia por dedicar la entrada actual a este tema tan personalísimo.

Estoy tomando como base una columna que escribí hace 10 años, y que al releerla me vuelve a humedecer los ojos. Entre paréntesis leerán algunos comentarios actuales. Gracias por su comprensión:


Ysatis es mi hija. Lo digo con orgullo y con llanto atorado en la garganta por todo lo que, por mi egoísmo, he dejado de darle a ella y sus hermanos. Cumplió 9 años el domingo pasado (el próximo 29 de agosto cumple 19).

(Su nombre lo obtuve a los 14 años viendo televisión. En un anuncio en blanco y negro aparecía una guapa y espigada mujer que se zambullía de manera sensual sobre una tumbona. Era el comercial del perfume “Ysatis”, que debo decir fue el primer obsequio que le di a la madre de mis hijos en calidad de noviecito oficial. Hoy sé que se trata del nombre antiguo de una ciudad-oasis iraní, donde está ubicado el templo dedicado a Zaratustra, y que en la actualidad recibe el nombre de Yazd.)

Ysatis nació en el medio, entre mi adorable hijo mayor y la pícara bebé que me despeluca la ternura. Pero ni los nueve meses que la esperamos, ni el parto, fueron fáciles. Casi muere asesinada antes de venir al mundo, por un aborto que íbamos a provocar porque, creían los médicos, venía deformada por los efectos de una inyección contra la rubeola que recibió su madre, cuando trabajó temporalmente como enfermera en el Hospital del Niño.


Los primeros meses del embarazo fueron miserables. Su mamá y yo lloramos cada vez que la imaginamos solita en el lago oscuro del útero, convirtiéndose en un engendro a cada segundo, con un solo brazo, sin ojos, e incapaz de aprender a hablar o caminar, por la falta de una parte importante del cerebro.

Los exámenes que se hicieron casi nos dejan sin camisa en la calle, en los primeros meses de un año (1990) cuando nadie tenía seguro el mañana. Hoy recuerdo con dolor la dieta de todos en la casa: arroz y tuna enlatada.

Cuando nos dijeron que había una pequeñísima posibilidad de que todo saliera bien, optamos por tenerla, pasara lo que pasara. Y nació, por cesárea, una tarde maravillosa que no olvido, porque el sol brillaba diferente y la brisa olía a navidad. La recuerdo circunspecta, metida en un abrigo rojo con caperuza; la piel de bronce llena de vellos; el ceño fruncido y las aletas de la nariz expandidas, presagiando los altibajos de su carácter, ¡pero sana!

Es una cholita coqueta, con una inteligencia aguda y los ojos habladores. Sabe reír con el alma, y por la disciplina para el estudio y el orden de sus cosas personales, nos desorienta: no parece hija nuestra, que somos unos descosidos. Aun cuando apenas es una niña, su cuerpecito irradia el augurio de una belleza y sensualidad poco comunes en la familia (no me equivoqué cuando escribí esto, pues se ha cumplido). La cabellera negra y acomodaticia le enmarca con capricho su cara de muñeca india, que se enrojece a veces, cuando está furiosa.

Ahora que te vas, quiero pedirte disculpas por todas las veces que he estado ausente; por aquellas noches cuando necesitaste ayuda con una tarea, y yo opté por trabajar (en esa época era jefe de redacción de Crítica, y me tocaba cerrar el diario hasta la madrugada); cuando empezaste a crecer, y yo no me di cuenta porque estaba sentado detrás de un escritorio editando noticias --algunos dicen que solo malas noticias--. Estarás lejos cinco años, y me dejas un vacío que intentaré llenar de muchas formas, aunque sé que la mejor será imaginarte de vuelta, llena de gracia, de conocimientos, de cultura universal, de visión de futuro, pero con la noción clara de que todo depende de lo que siembres en el presente. Ojalá recuerdes que tu papá te ama, y jamás dejará de ser el guardián místico de tus afanes.

Aunque lejos, feliz cumpleaños, hermosa mía. Vuelve pronto.


5 comentarios:

  1. DRA. ANAYANSI CAMPO20 de agosto de 2009, 15:38

    Licenciado Soto, hermosas las lineas que ha escrito sobre su adorada hija. EStoy segura que le ira bien en Taiwan. Quiero que sepan que son una familia de admirar y eso los identifica, saludos y exito.

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  2. Hermano mio,Dios te ha de permitir sentir como vuela el tiempo y en lo que menos crees esa , tu Reina, estara de vuelta y todos nosotros contigo estaremos listos para festejarla. Que Dios nos la cuide......MILES BESOS

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  3. En efecto, casi lloro. Mis hijos están chicos (9 y 5 años) y ya me reclaman que "estoy muy ocupado". Eso de que lo que vale es el tiempo de "calidad" y no la cantidad del tiempo que se pase con los hijos es mentira. La familia merece ambos tiempos, en cantidad y en calidad.

    Gracias Eduardo por compartir esa pugna entre el hogar y la oficina, el deber y el querer, que confrontamos todos a diario.

    Luigi

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