viernes, 7 de agosto de 2009

Manzanas verdes

Nunca pensé que la postdata de la columna pasada fuera a causar tanto zipizape. Pero bueno, así somos los seres humanos, un recipiente de constantes imprevistos. La amiga, de cuyo desencuentro amoroso trataba la nota principal, me llamó para llorar sobre lo llorado, y para añadir que a la mayoría le había entusiasmado más el asunto del hechizo para encontrar pareja que su historia, y eso la hacía más patética.

Creo que la convencí de entender y aceptar que quienes poblamos el planeta estamos, todos, un poco locos. Que nunca hemos comprendido la vida, y muchos menos la muerte, y por eso le rendimos culto a lo que está más allá de lo tangible y racional. Que nos encantan las cábalas y la magia de todos los colores, y creemos a pie juntillas en fantasmas y en conjuros para atraer lo que la realidad nos niega.

Por eso tienen tanto éxito aquí y en Groenlandia y en Vanuatu, las historias que afiebran la imaginación hasta del más mogo. Así empezó la religión, con un cuento de miedo que los supersticiosos convirtieron en mito, y algunos más listos en cuestión de fe y salvación de una vaina que, dicen, es intocable y eterna: el alma.

Pero dejemos la cháchara y vamos al grano. Quienes crean que necesitan alguien que los ame, recuerden las manzanas verdes y la canela. La muchacha esa del “Mundo Místico” me aseguró que es infalible. Las frutas (tres) se parten en cruz —esto es vital— para hervirlas junto con la canela, y si quien prepara el baño es muy muy feo, lo que hace más difícil el enamoramiento raudo que se busca (juro que no sé por qué la chica agregó ese comentario mirándome a los ojos), échele uno que otro clavo de olor a la olla.

El mejunje resultante debe reposar un día entero, sin tapa, y el interesado evitará mirar el agua. La curiosidad excesiva mata el don. El producto debe pasar por el colador y guardarse en un recipiente eficaz donde no le dé el sol, pero tampoco se refrigerará. Así, cuando la ablución esté lista, será lo último que el urgido de amor se echará encima después de la ducha. No lo seque; deje que el viento haga el trabajo portentoso de convertir el líquido en puro poder… en flechas de Cupido.

P.D. Cuando le pregunté para qué sirve la piedra rosada de cuarzo, la muchacha del Mundo Místico me miró de la cabeza a los pies, y con los labios me apuntó por debajo del ombligo (como dando un beso de piquito en el aire), y respondió: “¿para que gane poder, muchachito, para que gane poder?”.


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