La
olla de sopa humea frente al temeroso cocinero presidencial. Es lunes. Es el
día de la sopa en Palacio. Por primera vez en su larga carrera de chef no está
usando el curioso gorro blanco, "el hongo sublime" como él le llama
cariñosamente, porque le resulta impropio de su profesión envenenar a alguien.
"Nada elegante, pero inevitable (...) alguien tiene que salvar la
Patria", se dijo esa mañana frente al espejo.
En la regordeta
mano derecha blande el cucharón de hechicero, mientras con miedo lleva en la
izquierda el frasco con el insípido e inodoro polvo blanco. El arsénico es
conocido como el rey de los venenos, le había explicado su contacto en el
movimiento. El cura de la parroquia vecina, con quien se confesó "antes de
quebrantar el quinto mandamiento", demostró ser todo un conocedor de las
conjuras y asesinatos políticos, cuando abrió sorprendido los ojos, se cubrió
la boca en un gesto de terror, y en susurro llamó al poderoso brebaje por el
nombre clave que le dieron hace siglos en el Vaticano: Acqua di Napoli.
El chef vertió de
sopetón en la vasija el veneno, y se quedó en su escena del crimen apenas lo
suficiente para ver a su víctima con la exquisita y antigua cuchara de plata
metida en la boca. La víctima, sin sospecha alguna, tragó.
No quiso saber
más. No estaba dispuesto a ver la carnicería que venía después: los capilares
se debilitan y cascadas de sangre caen en el estómago; vómitos a chorro, de
aspecto blanquecino como agua de arroz, y con un fuerte olor a ajo; quemantes
dolores de faringe y diarreas humillantes; y si la víctima aspiró algo del
polvo, le sobreviene una tos violentísima por la irritación pulmonar. Debido a
la pérdida de líquidos y sales, se produce una sed intensa y calambres
musculares, principalmente en el rostro. Finalmente, la inevitable depresión
respiratoria, convulsiones, coma y... el adiós.
Él huyó. No
quería estar ahí cuando hallaran el cadáver.
Llegó al rellano
de la escalera y justo cuando iba a salir a la calle, en la tarde fresca del viejo
barrio donde está enclavado el Palacio, con el pie levantado para pisar la
acera, y en el bolsillo del pantalón el pasaporte y el pasaje para Cuba, se
cayó de la cama.
Ey, pela el ojo pela'o.
ResponderEliminarp.d. Me gustó mucho.
Andrés.
Excelente, pero peligroso. Soñar puede salir caro.
ResponderEliminarJuly
Me gusta y mucho.
ResponderEliminarYess
Compa, todavía no me queda claro cuál es su deseo reprimido. Me inclino a pensar que es ser chef.
ResponderEliminarMuy bueno.
NO SÉ QUÉ PENSARÁS VOS, PERO ESTO A MI ME PARECE APOLOGÍA DEL DELITO... EL EXQUISITO DELITO DE SOÑAR CON UN MUNDO QUE GIRA EN LA DIRECCIÓN CORRECTA.
ResponderEliminarChe.
Uno der los mejores escritos que he leido de ti con los anos te mejoras
ResponderEliminarJosema
Oño cualquier parecido a nuestra realidad es pura coincidencia
ResponderEliminarDebo confesar que el escrito es hipnotizante. Cada vez que te leo me impresionas más y más. Pero te pido que tengas cuidado, sé que lo que alberga tu corazón y gente como tú es valiosa; por eso mismo los malos intentan hacerles daño.
ResponderEliminarTe quiero mucho.
E.M.
Ueeeeee!!!!! Te felicito, gordito. Te tas luciendo.
ResponderEliminarAlexandra