miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pus

Ya se sabe que el barrio es una olla donde hierven pasiones y tufos y alegrías tullidas de todo tipo, donde se ama de prisa, sin mayores convicciones, porque el sexo es artículo de uso, a veces inoportuno, ajeno, hasta genitalmente ineficaz cuando se hace en el bochorno del mediodía, bajo las escaleras apolilladas, en los zaguanes, en el cuarto agrio, donde dos cuerpos se violentan uno a otro, hambrientos, sorprendidos por las ganas en el peor de los tiempos, porque la niña está en esos momentos raros, cuando la ovulación canta una canción de cuna, y de un beso cualquiera suelen manar criaturas, eco de simientes fornicarias, que crecen solas, flechas rotas que se clavan en la espalda de la vida, con veneno, y crecen y se hacen hilachas de hombres y mujeres, y vuelven a girar la rueda, y aman ellos mismos en el peor de los tiempos...

Si se compara la sociedad con un cuerpo humano, estas gentes pueden ser consideradas uñas encarnadas. De aquí, de los barrios, de estas familias hechas al apuro, que nacen destruidas, chicos y chicas que repiten la idiota historia del coito de emergencia, surgen los dolores de estómago de esa cosa social llamada ciudad.

Son muchachos que aprenden de inmediato el uso de armas, o dónde hay que presionar el cuerpo del transeúnte para que pierda el equilibrio y no se entere ni cómo ni cuándo le quitaron la cartera (eso me lo enseñó César, un pequeñín que aprendió a ser grande en el baloncesto). Son chiquillos que saben de puños, cuchilleros, drogadictos, casos perdidos que dan miedo, más si te ponen el revólver en la garganta, y tienen en la mirada un brillo del infierno, que hace que uno se pregunte ¿Y por qué me odia tanto? ¿Yo qué le he hecho?

El autor de este blog creció en uno de esos barrios. Y estuvo dentro de la trampa, metido en el útero donde también anidaron matoncitos de aquella estirpe. Un día estaban jugando a la pelota en la esquina, y al día siguiente se batían a duelo con cadenas y palos y hachas de carnicero. Yo los vi y hoy algunos de ellos, los que lograron zafarse de la mala racha, son amigazos míos.

Los que no siguen ahí, en el mar. Son barcos a la deriva, las caras marcadas por sus pequeñas guerras perdidas. Por la cárcel. Por la cocaína. Porque se quedaron sin pasado y sin futuro. No todos, sonrío porque pienso en Javier, en Gabriel y en Mario, muchachos que tuvieron la voluntad para sacar una mano y salvarse a sí mismos.

Tal vez por eso, porque sé de qué se trata, tomo tan mal que algunos políticos nuestros estén empeñados en usar su poder para hacernos creer que el remedio para las uñas encarnadas es cortar el pie. Que lo mejor para el dolor de estómago, es extirpar el duodeno.

Creen, esos políticos aprendices de dictadores, tan prístinos, con su buen y preocupado corazón, su aura de pensadores eximios, piensan que aumentando las penas de prisión a los menores asesinos detendrán la rueda.

Se olvidan de la falta de un sistema educativo moderno, de la ausencia de proyectos serios para detener el aniquilamiento de las familias; se olvidan que los jóvenes panameños no tienen oportunidades, ni dónde estar, dónde jugar, dónde expresarse. Se olvidan que las cárceles (donde los piensan sepultar) son escuelas para aprender a más y mejor matar. ¿Por qué hacen algo serio y sostenible para cambiar el ambiente hostil donde crecen esos chicos? ¿Por qué la salida fácil de sacar el ojo, en lugar de operar para salvarlo?

¿Será porque lo otro cuesta más dinero y más trabajo y más amor a la patria? ¿Será que no están dispuestos a dar ninguna de esas tres cosas? ¿Quiénes son más criminales entonces?

Cuando pienso en ellos, en los políticos y sus cuitas, solo se me ocurren palabras obscenas para lanzárselas a sus caras indiferentes. ¡Chao, ya no puedo seguir escribiendo!

P.S. El miércoles 16 encontraron un cuerpo en Chicá (Cerro Campana). Un joven ejecutado. Era hijo de la mujer asesinada frente al Instituto Nacional, de quien hablé en la columna pasada. Se trata del exterminio de toda una familia, en venganza porque uno de los suyos fue confidente de la Policía.

3 comentarios:

  1. Aterrador. De verdad que la solución no es fácil.

    Luigi

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  2. ES SUERTE QUE TENEMOS DE PODER MIRAR LO QUE HAY AL OTRO LADO DE LA LÍNEA. ES SUERTE QUE TENEMOS DE ESTAR EN ESTE LADO NUESTRO. ES SUERTE PODER ESTAR EN AMBOS LADOS. TENER ESE PUENTE.

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  3. Siempre he pensado que los remedios que curan saben feo y creo que es real...Para encontrar verdaderas soluciones hace falta mucho compromiso y sacrificio que al final nadie esta dispuesto a enfrentar, ya sea porque en 5 años no se remedia lo que ha estado mal por 20 años o porque no queda para la rebusca si lo gasto todo en algo que no se sabe si resultará de modo que es mejor una agua con azucar y a esperar a ver que pasa....

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